Noviembre.

Noviembre, que sabe a nueces y manzanas, que pincha como los “pellizos” de las castañas, que es amarillo como los membrillos rugosos, y húmedo como la hierba plagada de rocío, que nos regala setas de las que, con el punto justo de picante, te devuelven la fe y la vida una noche de luna creciente.

Noviembre, que huele a cisco y chimenea, que se detiene en un fuego que crepita, lento, a la espera de un beso que nos salve.

Noviembre, que se inicia mirando atrás, a los que fueron y se fueron, a quienes no están.

Noviembre, que me robó mucho y me regaló otro tanto, el mes once, el de los unos que nunca suman dos, con el que siempre he tenido una relación ambivalente, estrecha y nostálgica.

Noviembre, que ha llegado sin permiso y despistado con este sol que suena a mayo, pero que aún así no puede negar quién es debajo de su disfraz de primavera.

Y aquí ando, imbuida de él, zambulléndome, mirándole a los ojos y tendiéndole la mano para que confíe y sus dominios se desarrollen plácidos y seguros, pensando en mis santos que no están, esos que me forman, que me conforman, a quienes confirmo hoy y cada día, con cuyas presencias ausentes me acompañan y me son, y a mis otros santos, tan corpóreos, tan necesarios para que la vida no deje de serlo.

Porque me reconozco inconclusa e incompleta sin quienes me hacen ser y levantarme, sonreír y exprimir el tiempo, los momentos y las ganas. Esos “quienes” a los que no llevo flores pero que me acompañan en mis pasos cada vez con más fuerza (mi padre, cada uno de mis abuelos, el tío Pepe…), y esos otros santitos, en su mayoría ateos, o al menos descreídos, que constituyen mi biblia y mi armadura, mi motor y mi sonrisa: mi familia, toda ella electa, la de sangre y la otra: los que vinieron impuestos y que, de no haber sido así, habría escogido como propios, y mis amigos, aquellos que, lejos o cerca, de a muchos o a ratines, de siempre o recientes, me dan motivos y certezas, fuerza e impulso para comerme el mundo sin dudarlo, aderezado con mucha sal de esa que, unos pocos, tienen y regalan curando heridas y llenándome de ganas y futuros.

Así, que venga noviembre, que le acompaño gustosa a caminar sus días, con música en el alma y ganas de cantar a dúo, varias promesas chiquitas que susurrarle al oído y una colección de sueños que, queriendo y con vosotros, jamás nos queden grandes.

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