Desdisfrazarse.

Noviembre se desdisfraza, y qué mejor que la tarde de un domingo para hacerlo, para entrar de golpe, arrasando, tirando la careta al suelo como cuando empiezas a desnudarte por la escalera, presa de una pasión irrefrenable, sin ganas de controlarte ni disimular.

Para despedir la temporada de terrazas, un vino sonriente y con poso antes de que esta tarde se vistiera de nubes y llovizna, de la esencia propia de las auténticas tardes de domingo, desasosegantes, grises, de balance… esto se llama, pues, exprimir: estrujar hasta el último momento, hasta lo (im)posible, con la conciencia plena y el corazón en danza.

Y ahora, a lo que toca: a los días sin excesiva luz -salvo por la que te regalan quienes te alumbran-, a los pies fríos, las noches largas y a las tardes, como esta, de música obligatoria y cabrona que pega con el tiempo y el momento, con el calendario y el horario,… tardes breves de recrearse en melodías y letras de las que pellizcan y a la vez redimen, porque no quiero salvaciones de todo a cien, soy más de mirar a la realidad de frente e invitarla a un trago, a ver si en el penúltimo somos capaces de llegar a un acuerdo de no agresión.

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