Un año después, cuando el 2013 se va sin que yo pueda hacer nada, sin que casi me haya enterado, así, de repente, me veo en el mismo sitio, probablemente a la misma hora, la misma pero tan distinta, haciendo lo mismo que cada año, aunque quizá más consciente, más conocedora, más y menos yo.
Frente a mí, una pared de pizarra que esta mañana, por fin, al fin, (el fin, en fin) borré, no sé si como osadía, revelación, necesidad o zarandeo… una pared que siempre dije me impediría cambiarme de casa, o alquilar esta, porque la condición sería mantenerla tal cual, y ya ves, hoy, solo contiene una “entrada” rotunda y desafiante: 2014.
2014: así, como recordatorio, como advertencia, como empujón. Sin adjetivos, sin feliz y sin aseveraciones, sin palabras, sin nada más que un número que se inicia en unas horas y me espera.
Se inicia un tiempo. Se cierra otro.
Así son las cosas, y en este 2013 que se me escurre sin que yo me resista en exceso pese a mi querencia por lo impar y el trece, pese a mi sorpresa por su rapidez y sus rarezas, no puedo impedir, como siempre, hacer balance, desafiando balanzas y equilibrios.
En el trece que se marcha se quedan jirones de mí, desde una trenza con mi pelo protector a personas incondicionales que parecen poner condiciones, desde la ana resistente del ya lo pensaré mañana a la que dejó la red para saltar con su vértigo a cuestas.
De este 2013 me llevo un tatuaje iniciático de sueños y promesas, de afianzamiento en la magia, y otro de clausura con dudas eternas y la certeza de que solo reconciliándome con mis preguntas sin respuesta podré avanzar; un día mágico para la ana pública y querida dando el pregón de su pueblo siguiendo los pasos de otros que me forman y se fueron, el pelo corto que hoy me cuesta llevar, los labios rojos y la sonrisa convencida que creí podía comerse el mundo. Me llevo grandes momentos y enormes promesas, si quieren y me acompañan.
De este ciclo que se cierra salgo reforzada y herida, cargada de luces y sombras, menos fuerte de lo que pensé en sus medios y con menos miedos, pese a todo, de los que un día tuve.
En este 2013 entré con el pie derecho pese a ser zurda, con propósitos que, como un día osé plasmar, hoy tengo que revisar:
-Tratar de fumar menos, que el humo que eche al día no exceda, a lo sumo, del que cabe en una cajetilla y en un par de cabreos mal resueltos. Fumé menos, incluso pagué por ello. Controlé el humo, lo intenté. Quizá este sea el propósito más cumplido de todos.
-Quererme más para querer mejor. Unos meses me quise más, pero no por eso quise mejor. Esta sigue siendo mi gran asignatura pendiente.
-Continuar con mi gran consecución del 2012, ir al gimnasio al menos un par de veces por semana. Me busqué una excusa, en forma de factor de destrucción muscular, pero podría haber sido cualquier otra. Aún no va conmigo la vida sana…
-Decir más. Porque aunque hablo mucho, callo demasiado. Aunque quizá no usé palabras, dije. Seguí callando, pero actué.
-Cerrar un poco más la boca y adelgazar, como en el cómputo global del 2012, con mis idas y venidas, subidas y bajadas, excesos y vaivenes varios, otros diez kilos, para así terminar el año alcanzando por fin mi soñado “peso ideal”. Mi peso ideal se aleja más que en los inicios… llené vacíos con comida, y acerté en los diez kilos, pero en el sentido inverso.
-Abrir más la boca para expresar descontentos y límites, para decir no y también lo siento, para saber decir lo que yo quiero. Puede que no se me haya dado mal del todo, pero no me siento especialmente orgullosa de ello.
-Escribir al menos un par de entradas al mes en este blog, que escribiendo es como más digo. Y como escribiendo es como más digo, callé. En total, cuatro entradas en un año. Fiel al extremo a mi inconstancia.
-Pintar. Crear. Volcar. Lo necesito, y aunque lo sé, lo pospongo. Y aunque lo sigo sabiendo, y necesitando, ni n solo cuadro, ni un solo proyecto, ni un solo sueño plasmado.
-No permitir que la desidia me pueda tantas veces. No me pudo tantas, me pudo más.
-Plantearme mis malos modos tan frecuentes con aquellos a los que más quiero (sobre todo con mi madre), tan indignantes cuando, a la vez, permito mucho sin deber hacerlo. Al menos logré dejar de permitírselos a aledaños, pero yo seguí ejerciéndolos.
-Controlar mis compras compulsivas, basta ya de tanto exceso. Quizá, y solo quizá, soy más controlada.
-Entender que no todo depende de mis actos, que la culpa y el reproche nunca sirven. Ni de méritos ni acciones dependen tantas cosas, pero entender esto requiere mucho más que un año.
Y aquí paro. Doce puntos para doce meses, para doce uvas, para poder hacer balance dentro de doce meses… Y por eso hago el balance, porque lo prometí, y puede que jamás vuelva a permitirme una enumeración tan concisa, que al revisarla dice tantas cosas…
Así que, cerrando este año impar, no demasiado orgullosa de mí misma pero con ganas de ser capaz de mirarme al espejo sin reproches, solo puedo deciros que aquí estoy, esperando, expectante, esperanzada y sin propósitos, a las puertas de un 2014 al que no le pido más que nos deje ser, estar, querer… intentarlo, en suma.