Hay días.

Hay días en que no paras un segundo, y en los que, quizá por eso, cuando a estas horas por fin llegas a casa, tienes un exceso de hiperactividad en vena, y las sensaciones, los sentimientos, la vorágine, te remueven y te mantienen activo.

Días en que las actividades, obligadas, programadas, electas, se concatenan y te hacen realizar encaje de bolillos, sin darte un segundo de tregua, lo que, a veces, se agradece.

Días en que vas a otra velocidad, en que te das cuenta de que es cierto que actividad lleva a actividad, y en que se te enciman las ganas, las fuerzas y las sensaciones.

Días en que te parece que te cunde, que vives, que haces, que disfrutas. Días en que resuelves, conjugas, sacas ratitos, llegas, alcanzas aunque sea un poco, disfrutas, diseccionas, aprendes, escuchas, te sorprendes, haces planes, echas de menos, aprovechas y cuadras. 

Días en los que, aunque te falta tiempo, al menos tienes la sensación de no perderlo, en los que, con el empuje y el brillo del sol y la temperatura, corres y avanzas, acudes, compartes, vives.

Días en que te empapas de palabras, de pensamientos, de luz.

Días en que gente a la que quieres aunque no frecuentes lo que debieras o quisieras te engrandecen el alma con su crecimiento y su nuevo prisma, devolviéndote la fe en el cambio y los proyectos, en los pasitos de a poco y los futuros.

Días en que aunque no tengas tiempo para todo y tengas que dosificarte, te sientes más plena y más calmada, más receptiva, más capaz y con más ganas. 

Días en que cuadrando milagrosamente planes y planos, acudes a lugares con la intención de escuchar y aprender y te sientes desbordada, sin poderlo evitar, primero por rabia y después por tristeza, debido a posiciones enfrentadas y vacías, por esa insidiosa sensación de que es una pena que quienes tienen en su mano hacer, y quienes pudieran tenerlo, solo se enfrascan en debates que para ti se deslucen, carentes de fondo y forma, en reproches que polarizan y no aportan, devolviéndote una sensación de «verso suelto» jodida y muy cabrona, por no sentirte adscrita a nada y por ello a veces sola.

Días en que alguien lúcido, justo y muy querido, en una caña rápida, te da tres pinceladas que te devuelven el sosiego, la fe, la esperanza en el encuentro y en la gente. La rendención de que, pese a la pena, todo merece la alegría, y en todo hay un destello de luz.

Días en que, en un paseo y un cigarro te vas relajando y asumiendo que (al menos hoy, ahora) prefieres seguir creyendo aunque te deje un poso de tristeza y cabreo el que la realidad te devuelva tanto gris, entendiendo que hoy incluso te guiñarías un ojo en el espejo, porque te sabes excesiva y vulnerable, pero con empuje y ganas, y comprendes que esta sonrisa boba y este poder respirar hondo con los que termino el día, no es sino otro rasgo de carácter perfectamente asumible y facilitador: me sigo quedando con lo que salva, con ese destello, con una sonrisa, la posibilidad de cambio y de futuro, la sensatez salvadora de unos pocos y su buen hacer, unas cañas a tiempo, un arroz a banda, unos guachaps rápidos desde Roma,  los pendientes (por hacer, no de orejas), las ganas de un aperitivo con sol, la risa y los detalles.   

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